Los fotomatones han desempeñado un papel destacado en nuestras vidas desde la década de 1920, cuando Anatol Josepho, nacido en Siberia, Rusia, en 1894, recaudó la asombrosa suma de US$11,000 en Manhattan para materializar el prototipo de la máquina que había concebido durante su estancia en China.

En 1925, Josepho patentó el fotomatón, una cabina con cortina que permitía a las personas tomarse retratos de alta calidad de manera anónima y automática.

Antes de su invención, la mayoría de los retratos se realizaban en estudios, un lujo al que pocos tenían acceso. Este nuevo proceso, además de ser económico, democratizó la fotografía, haciéndola accesible para todos.

Aunque Josepho no fue el primero en intentarlo, su fotomatón resultó ser el que funcionó de manera exitosa, llevándolo a la riqueza. En pocos años, los fotomatones se encontraban en los cinco continentes.

El boom de los fotomatones

En la década de los 40, Estados Unidos ya contaba con más de 30,000 fotomatones, siendo especialmente populares entre los soldados que, antes de partir a la Segunda Guerra Mundial, se retrataban para dejar recuerdos a sus seres queridos.

En los años 50, surgió un fenómeno inesperado: algunas personas, en su mayoría mujeres, comenzaron a desnudarse frente a la cámara en la relativa privacidad del cubículo, mientras que parejas se sentían más libres tras las cortinas. Ante las quejas, muchas tiendas eliminaron las cortinas.

Sin embargo, más allá de la simple captura de imágenes para documentos, el fotomatón ofrecía un espacio público donde, sin la presencia intimidante de un fotógrafo, podíamos divertirnos y guardar un registro de nuestro yo más espontáneo.

Aunque era raro obtener un retrato favorecedor, incluso para los más experimentados, esta peculiaridad fue atractiva para un gran promotor de los fotomatones: el artista estadounidense Andy Warhol. Sus cámaras económicas y efectivas proporcionaban fotografías simples, ideales para sus diseños gráficos.

A pesar de que los pasaportes podían mostrar caras poco favorecedoras, los fotomatones ofrecían un espacio público para jugar y documentar nuestros momentos más auténticos.

A medida que la tecnología digital eliminaba las limitaciones de la fotografía, el encanto humano de los fotomatones persistía. Aunque ya no son tan ubicuos en estaciones de metro o supermercados, han evolucionado tecnológicamente.

Las cabinas actuales son portátiles, imprimen fotos en segundos y ofrecen accesorios y decorados para atraer a personas de todas las edades. Algunas incluso permiten la conexión con redes sociales y ofrecen innovaciones como fotografías en 3D y filmaciones.

Aunque las antiguas cabinas analógicas son menos comunes, algunas están siendo preservadas como reliquias. Un ejemplo es Fred Aldous en Manchester, Inglaterra, que posee dos fotomatones antiguos, uno de 1968 y otro de 1986.

Estos dispositivos, que alguna vez democratizaron la fotografía, han encontrado un nuevo propósito en la era digital como fuente de diversión en eventos y fiestas. A pesar de que los avances tecnológicos hicieron que los fotomatones dejaran de ser esenciales, su longevidad y popularidad perduran, ofreciendo una mezcla única de tecnología, arte y un toque de narcisismo de épocas pasadas.

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